Todo comenzó en 2019, cuando la bisabuela de mi hijo falleció. Su perrito de compañía, Beto, quedó solo y ninguno de los hijos quiso hacerse cargo de él. Para entonces, Beto tenía casi tres años. Mi hijo, conmovido por su situación, pidió que nos lo regalaran para poder cuidarlo. Dos meses después, Beto llegó a nuestra casa y se convirtió en nuestro bebé.
Queríamos que Beto tuviera descendencia, así que encontramos una pareja con una perrita que también querían que tuviera bebés antes de esterilizarla. Así llegó Naya a nuestras vidas. Desde ese día, Naya se convirtió en mi bebé soñada; le ponía moños y vestidos, y la trataba como a una princesa. Poco después, esterilizamos a Beto para evitar más cachorros.
Un año después, planeábamos esterilizar a Naya, pero durante una visita a Fusa, donde vive mi suegro, en un descuido ella se apareó con el perro de un familiar. No nos dimos cuenta hasta 20 días antes del parto, cuando noté que estaba embarazada. Una ecografía confirmó que tenía cinco hermosos cachorros shih tzu. Los bebés fueron dados en adopción a familiares, y nosotros nos quedamos con una, a quien llamamos Zury. Así, nuestra familia creció a tres perritos.
Dos años después, una tarde, mi tío me dijo que en su trabajo estaban regalando una perrita porque los dueños habían tenido un bebé que resultó ser alérgico. Y así llegó Tammy a nuestras vidas, sumándose a nuestra creciente familia.
Hace seis meses, llegó Canela, la última de una camada que nadie quiso porque era muy pequeña. Los dueños de su mamá tampoco querían tenerla, así que mi hermana la recibió y luego me la regaló. Ahora somos ocho: cinco hermosos bebés y nosotros tres.
Nuestra casa está llena de alegría y amor gracias a Beto, Naya, Zury, Tammy y Canela. Cada uno de ellos tiene un lugar especial en nuestros corazones, y no podríamos estar más felices de compartir nuestras vidas con ellos. Son nuestra alegría diaria y nuestra mayor bendición.